jueves, 26 de febrero de 2015

Maratón Sevilla 2015

De todas mis participaciones en maratón, esta era desde el principio en la que más esperanzas he tenido puestas. Por un lado, creo que es el año que mejor he seguido un plan de entrenamiento, estaba altamente motivado tanto por mi preparación, como por mi estado de ánimo, como por el hecho de hacerla en Sevilla, donde aseguran que es el perfil más llano de todas las maratones europeas.

Lo dije antes de ir. Tengo tres grandes objetivos: 
  1. Disfrutar el maratón
  2. Conseguir marca personal
  3. Bajar de 3:30

Mi primer miedo era llegar cansado, y pese a que el viaje fue un poco paliza, después de recoger el dorsal en la feria del corredor fuimos al hotel a dejar las cosas y dar un pequeño paseo por los alrededores, para localizar bien dónde coger el autobús que me llevaría a la línea de salida, elegir un buen sitio para que Gloria me viera pasar y me diera ánimos hacia el kilómetro 14 y comprar algo para cenar. Y después al hotel, a darme una ducha, tirarme en la cama a estirar las piernas y cenar mientras veía el campeonato de España de atletismo en pista cubierta y el Depor-Celta (0-2). Y por supuesto, a dejar todo preparado para el día siguiente.

Descansé bastante bien la verdad. Y a las 6 y 20, arriba. Bajé a desayunar y me encontré con que en el restaurante éramos uno 50 corredores desayunando. Ya empecé a mascar el ambiente maratoniano.

Después de desayunar fui al sitio establecido por la organización para coger el autobús. Había muchísima gente, y después de esperar 15 minutos sin ver aparecer ningún bus, decidí coger un taxi y acercarme al estadio de La Cartuja por mi cuenta.

Y allí, lo de siempre. Corredores preparándose para afrontar los 42,195. La temperatura era ideal para correr. Los termómetros marcaban 7 grados, así que calenté a conciencia y a falta de 15’ entré en mi cajón según la marca conseguida el año pasado en Coruña (3h 38’ 43’’).

Saludé a unos conocidos de Pontevedra con los que coincidí en el cajón, y a las 9 en punto, a correr. Desde el principio decidí ser conservador, intentando no acelerar el ritmo aunque pudiera. Son ya varios maratones en estas piernas y sé que es largo, que hay que dosificar, y que se pasa por momentos en los que el cuerpo te pide más y tienes que mantener la cabeza fría y frenarte. Sabía que para intentar bajar de 3:30 tenía que hacer un ritmo medio de 5 min/km, así que empecé a 5:15 con la esperanza de poder ir recuperando después.

Los primeros kilómetros fueron bien. A partir del 5 subí un poco el ritmo para ir acercándome al objetivo. De hecho el kilómetro 10 lo pasé en 50:22. Iba bien.

Veo el globo de 3:30 a lo lejos, y me digo a mí mismo que tranquilo, que vamos a por él, ya lo cogeremos. 

En el kilómetro 14 nos acercamos al barrio de la Macarena, y ahí veo a Gloria. La veo casi de milagro porque hay muchísima gente animando. Se me pone la piel de gallina, y alguien a mi lado comenta que le pasa lo mismo. “Ya empiezo”, pienso. “Cabeza, David”, me digo en voz alta. Tengo que concentrarme, no puedo dejarme ir. Voy a correr con las piernas, pero también con la cabeza.

Van pasando los kilómetros y compruebo cómo las cosas van por buen camino. Mantengo ritmo, bebo en todos los avituallamientos, sigo concentrado. En el 20 tomo mi primer gel.

Paso la media en 1:45:26. Me animo. Voy bien, suponiendo que sea capaz de aumentar el ritmo después. Me entran las primeras dudas sobre hacer menos de 3:30, pero no sobre bajar mi marca.


Y esas dudas me duran poco, porque al pasar por el kilómetro 20 compruebo que llevo menos de dos horas corriendo, voy por debajo de 5 min/km, y tengo fuerzas, y ganas, y no me duele nada. Decido mantener ese ritmo, y en el kilómetro 30, cuando empiece la maratón de verdad, intentar subirlo. El globo de 3:30 se sigue viendo, pero cada vez más cerca.

Y siguen pasando los kilómetros, y llego al 30. Compruebo con gran alegría que he seguido bajando el tiempo previsto, y que sigue sin dolerme nada. Sé que ahora viene la fase más dura, pero estoy preparado. Aprovecho el avituallamiento y me tomo otro gel, esta vez con cafeína.

Me doy cuenta de que no siento ningún dolor, ninguna molestia, y mi único pensamiento negativo es cuándo me aparecerán los pensamientos negativos. Me río de esta paradoja.

Y llega la parte más dura de la prueba, el kilómetro 35. Dura en otras ocasiones, porque sólo pensar en que me quedan 7 kilómetros ("subir a Monteporreiro y volver a casa", pienso) me motiva más. Además entramos en el parque María Luisa, y antes de dar la vuelta a la Plaza de España adelanto al globo de 3:30. Bebo agua y me tomo el último gel, con extra de cafeína, y un sabor a café caramelo machiato que me sabe genial. 

La vuelta a la Plaza de España es apoteósica, me siento un campeón, mucha gente animando, una luz preciosa (“quién pudiera pararse a hacer una foto”, pienso), y un segundo globo de 3:30 (sí, sí, como lo cuento, dos globos con el mismo tiempo) a tiro.

Y entramos en la parte más bonita de la ciudad, pasamos por los lugares más turísticos, la Catedral, el archivo de Indias, el ayuntamiento, la alameda de Hércules, calles abarrotadas de gente animando con sus gritos, sus palmas, música. Hay tanta gente que a veces resulta difícil correr al ritmo que quieres, las calles se estrechan y no se puede adelantar. Aun así, consigo adelantar al segundo globo. Ahora no sólo veo la marca personal, sino el sub 3:30 con holgura.

Y llegamos al puente de la Barqueta por el que volvemos a entrar en la isla de la Cartuja. Cartel de kilómetro 40, las lágrimas quieren salir de pura emoción y por enésima vez me grito “cabeza, David”.

Ánimos de gente, el estadio a la vista. Pienso en lo que debió sentir Abel Antón en este mismo escenario cuando se proclamó por segunda vez campeón del mundo. Creo que he bajado el ritmo, pero sigo por debajo de los 5 min/km. Antes de entrar en el estadio me quito la gorra, siempre lo hago, hoy también. Entramos en el estadio por el túnel de maratón. La emoción es inmensa, la gente aplaude, los corredores, nosotros, gritamos de satisfacción mientras por ese túnel accedemos a la pista interior. Alegría desbordante, un estadio inmenso, todo el graderío de la recta de meta lleno de gente. Cojo la calle 5 y hago los mejores 400 metros de mi vida. A falta de 195 metros, del pico, empiezo a saludar al público, agito mi brazo para que se me vea, y me digo “sé que estás ahí, Gloria, gracias, te lo dedico. No te veo pero sé que estás ahí”.

Y sí la veo, de pie, agitando una bandera gallega que ha llevado para que yo pueda localizarla. Y grito, grito su nombre, grito de satisfacción, grito de alegría. Paso el arco de meta y detengo mi cronómetro en 3:28:10. Tres objetivos cumplidos.

Intento ver a Gloria, pero no lo consigo, me desoriento, lloro de emoción pero sin lágrimas, me abrazo al chaval que me da la medalla, camino, bebo, salgo del estadio, recojo mi bolsa, voy a buscar a Gloria, voy al hotel a ducharme dando el paseo más agradable que he dado nunca, con mi medalla al cuello, con 42195 metros más en mis piernas.

Son ya 9 maratones
Habrá que ir a por el décimo
¿Cuándo es el próximo?